WILLIAN BASS |
La crónica presentada pretende aumentar los conocimientos en los campos de estudio criminológico, antropológico y demás ciencias forenses. Aclaración necesaria, dado que se tiende a pensar que los gestores de estos temas poseen alguna "extraña inclinación al crimen", o una morbida pasión por los temas necrófilos. Apreciaciones muy lejanas a la verdad, cuando el interés científico por conocer las causa de las cosas es el que en realidad prevalece. Desde la creación de estas granjas, se han podido capturar a muchos criminales, así como lograr encausarlos gracias al estudio de estos cuerpos en descomposición y las técnicas para el manejo de las pruebas.
Las granjas de cadáveres se encuentran en diferentes áreas de Estados Unidos, ligadas a centros de investigación universitarios como el del Dr. William Bass (nacido William Marvin Bass III el 30 de agosto de 1928 en Staunton, Virginia, EEUU), un antropólogo forense estadounidense dedicado a la docencia y a colaborar con la policía y el FBI, decidió crear el Complejo de Antropología Forense de la Universidad de Tennessee (Forensic Anthropology Center Department of Anthropology, 250 South Stadium Hall, Knoxville, TN USA 37996-0760) en el año de 1971; más conocido bajo el nombre de ‘La granja de cadáveres’.Doctor Bill Bass
La antropología forense es la disciplina que se encarga de identificar a personas a partir de sus huesos. Por increíble que parezca, éstos aportan muchos más datos de lo que podría pensarse. Por ejemplo, la edad, la raza, el sexo, la estatura… son fácilmente reseñables para quien sepa leer determinados huesos como el cráneo, la pelvis o los dientes. “La carne se descompone; los huesos perduran”, es la frase que el doctor Bass inculca a sus alumnos el primer día de clase en la Universidad de Knoxville.
Pero un hueso no sólo aporta datos tan básicos, a través de las señales que puedan quedar en ellos es posible averiguar si el sujeto sufrió alguna caída en la infancia, si se fracturó uno en una pelea, si sufrió de alguna infección grave… La carne olvida y perdona las antiguas heridas; el hueso se suelda, pero siempre recuerda. Tal es la máxima con la que trabajan los antropólogos forenses. Por ello, esta disciplina es una de las más respetadas dentro del mundo de la investigación criminal.
A menudo los policías se encuentran con cadáveres cuyo avanzado estado de descomposición les impide extraer datos fiables sobre el momento y causa de la muerte. Es ahí donde entran los antropólogos forenses, limpiando el cuerpo de todo tejido blando para comenzar a indagar pacientemente sobre cualquier posible marca dejada en el hueso: un navajazo, un traumatismo, una perforación, etc. Es el instante en el que los muertos comienzan a hablar con una voz limpia y alta, y en el que los expertos deben escuchar, interpretando lo que sus ojos tienen ante sí.
El doctor Bass se formó en esta difícil tarea muchos años antes de crear el Centro de Investigación Antropológica. Sus inicios en la medicina forense datan de 1954, a raíz de un accidente de tráfico en el que una de las tres víctimas mortales sólo pudo ser identificada tras varios meses, debido al estado de carbonización en el que quedó. Este hecho le impactó tanto, que el doctor Bass decidió dedicar su vida a la investigación del esqueleto humano.
Tras excavar durante 14 años tumbas de los indios arikara en Dakota del Sur, la Universidad de Tenneesse le eligió en 1971 para dirigir un proyecto de investigación antropológica de carácter nacional. Aceptó, y fue allí donde, tras adecentar una de las alas subterráneas del campo de fútbol local, estableció un departamento que se haría famoso en el mundo entero, germen de la “Granja de Cadáveres”.
Nace la Granja
El jueves 29 de diciembre de 1977, Bass recibió una llamada telefónica. Se trataba de Jeff Long, capitán de la brigada de investigación de la localidad de Franklin, a 50 km de Nashville. Al parecer, detrás de una de las mansiones del pueblo sus propietarios habían encontrado una tumba profanada de los tiempos de la Guerra Civil, perteneciente a un tal coronel Shy. Sin embargo, cuando la Policía acudió al lugar se encontró con un cuerpo que parecía ser la víctima de un asesinato reciente. Aunque le faltaba la cabeza, la piel del torso se mostraba rosada y prácticamente intacta, por lo que todos dedujeron que la muerte se había producido pocos meses atrás. Pero, ¿por qué enterrar el cadáver en una antigua tumba?
El doctor Bass comenzó a desenterrar el cuerpo, observando que las extremidades sí estaban muy deterioradas. Le extrañó sobremanera el atuendo, “parecido al de un camarero de clase”, según sus palabras. También el ataúd de hierro forjado que parecía albergarlo hasta hacía pocos días, inusual en este tipo de crímenes. Una vez desenterrado y limpio de tejidos blandos, los huesos no aportaron pistas sobre la causa de la muerte. A los pocos días se encontró el cráneo, en la misma tumba, con un tremendo orificio de bala. Y junto a él, ropajes pertenecientes a otra época. Fue entonces cuando todos cayeron en la cuenta: ¡Aquel cadáver era el del propio coronel Shy! El doctor Bass había dictaminado que el cuerpo llevaba como mucho un año muerto, cuando la realidad es que llevaba ¡113!
En la granja de Bass los cuerpos de, básicamente, personas fallecidas sin identificar, o sin que un familiar los reclame, son expuestos al aire libre y se someten a todo tipo de condiciones: son semienterrados, metidos en agua, embalsamados, encerrados en el maletero de un coche (algo que sólo aquí y en las películas de Scorsese se puede hacer sin acabar en la cárcel), mutilados, expuestos al sol, a la sombra, metidos dentro de un ataúd, ahorcados e incluso quemados.
Como se puede imaginar, la imagen de putrefacción (con insectos necrófagos incluidos) no es muy agradable. Sin embargo, forma parte de la vida y debe ser objeto de estudio, es algo que forma parte del proceso de la vida, que alumbra zonas de conocimiento hasta ahora oscuras y que ha permitido avanzar en técnicas de investigación criminal.
Le advertimos, que las imágenes presentadas con valor científico, pueden ser perturbadoras y herir la susceptibilidad de las personas.
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